lunes, 24 de septiembre de 2007

Diseñando las ciudades imaginarias de Italo Calvino

Como les contamos antes, la Expo comenzó con un workshop de diseño, en la que los alumnos tienen que interpretar, imaginar y maquetizar las ciudades imaginarias de los cuentos de Italo Calvino. Estos son algunos de los textos con los que están trabajando:

Las ciudades y los trueques

En Ersilia, para establecer las relaciones que rigen la vida de la ciudad, los habitantes tienden hilos entre los ángulos de las casas, blancos o negros o grises o blanquinegros, según indiquen las relaciones de parentesco, intercambio, autoridad, representación. Cuando los hilos son tantos que ya no se puede pasar entre medio, los habitantes se marchan: las casas se desmontan; quedan sólo los hilos y los soportes de los hilos.

(…)

Viajando así por el territorio de Ersilia encuentras las ruinas de las ciudades abandonadas, sin los muros que no duran, sin los huesos de los muertos que el viento hace rodar: telarañas de relaciones que buscan una forma.


Las ciudades sutiles

Si queréis creerme, bien. Ahora diré como es Octavia, ciudad telaraña. Hay un precipicio entre dos montañas abruptas: la ciudad está en el vacío, atada a las dos crestas por cuerdas y cadenas y pasarelas. Uno camina por los travesaños de madera, cuidando de no poner el pie en los intervalos, o se aferra a las mallas de una red de cáñamo. Abajo no hay nada en cientos y cientos de metros, pasa una nube, se entrevé más abajo el fondo del despeñadero.

(…)

Esta es la base de la ciudad: una red de que sirve para pasar y para sostener. Todo lo demás, en vez de alzarse encima, cuelga hacia abajo.


Las ciudades y los Ojos

Después de andar siete días a través de boscajes, el que va a Baucis, no consigue verla y ha llegado. Los finos zancos que se alzan del suelo a gran distancia uno de otro y se pierden entre las nubes, sostienen la ciudad. Se sube por escalerillas. Los habitantes rara vez se muestran en tierra: tienen arriba todo lo necesario y prefieren no bajar. Nada de la ciudad toca el suelo salvo las largas patas de flamenco en que se apoya, y en los días luminosos, una sombra calada y angulosa que se dibuja en el fojalle.


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